Agricultura es la cultura de la tierra. Los hombres y las mujeres del campo, son quienes saben y se dedican a la cultura agrícola, viven sobre los surcos, cuidan de las eras, atienden los cultivos, escuchan y saben los mensajes de la naturaleza: las estaciones, las temporadas de lluvia, los días de la siembra, las épocas de las cosechas. La tierra sin ellos muy poco sería para la vida milenaria de los pueblos; el campesino sin tierra sería una tragedia social y humana de tal manera, que al hablar de la tierra, es connatural con la vida y la razón de ser del campesino que en ella produce.

Los agricultores son motor de la existencia avalado por su presencia permanente en la capa vegetal, en un vínculo indisoluble que no se puede suplantar. Las dinámicas de producción y de mercado para saciar los evidentes apetitos del consumo, desplazan criminalmente al agricultor cuando los poderosos rezagos del feudalismo y el latifundio, instalados plácidamente en sus mansiones urbanas, pretenden arrebatarle al trabajador del campo su protagonismo heroico, desde los artificiales poderes gremiales con los que dicen representar el trabajo de los campesinos, hablan abusivamente a su nombre y convierten su sudor y sus bregas en migajas del mercado. El Estado promueve ese despojo con sus políticas agrarias y comerciales, los intermediarios sacan provecho, los monopolios arrebatan, los ganaderos desplazan, los banqueros ejercen con ellos el agio y la sociedad los convierte en marginales sin derechos.

Pero además, la ganadería extensiva altera el orden natural que despoja de tierra al campesino, los taladores y las llamadas agroindustrias, convierten al campesino en triste asalariado sin poderes ni esperanzas. Es una manera de acabar con el dualismo tierra-hombre que es signo de existencia, símbolo de paz y propósito de bienestar de las naciones. En Colombia ese divorcio cruel auspiciado por y desde el poder, origina la pobreza, fomenta la guerra y sacrifica la tradición de los agricultores colombianos.

Otra visión que debe tenerse en cuenta, cuando hablamos de la tierra.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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