El clamor sediento de Cristo en la cruz del Gólgota, debió inspirar a Tomás de Aquino para promover desde entonces –hace casi 1.500 años- la no apropiación particular del agua, como principio fundamental del pensamiento cristiano y el ejercicio de la caridad solidaria en esas épocas pre-feudales del cristianismo naciente: era principio de la nueva doctrina.
Faltaban muchos siglos para que como ahora, la Organización Mundial de la Salud haya declarado que el acceso suficiente y para todos al agua es un derecho fundamental, hoy cuando la crisis climática, las conductas humanas y desmesurados conceptos de desarrollo industrial, agravan dramáticamente su escasez en todo el orbe.
Se sufre un “estrés hídrico en el mundo”, dice un informe científico (The conversation, Farah Nibbs en El Tiempo, 2 de junio de 2024, página 2.7), a partir de la crisis hídrica que sufren las islas del Caribe: el drama incluye a Trinidad, Dominica, Jamaica, San Vicente y San Cristóbal, Barbados y nosotros incluimos a San Andrés y Providencia.
Las causas son únicas para todas: la crisis climática en buena parte producida por el ser humano y que además abarca al resto de la geografía: el abuso de las explotaciones subterráneas (minas, petróleo), la destrucción de las fuentes de agua y los cursos pluviales, el abuso de la ganadería y la agricultura, el concepto de derroche que caracteriza el turismo industrial, el desperdicio en las fuentes y en el uso del líquido, los desperdicios y basuras de la sociedad consumista y sus contaminaciones, los daños a las fuentes y al régimen de lluvias que tales desórdenes conllevan.
Bogotá y otras ciudades colombianas no constituyen una excepción al riesgo y al drama; el racionamiento que debemos cumplir para superar los daños causados, deben determinar una cultura y una cultura ciudadana ante el agua; la pluvial del maltratado sistema de lluvias, la de las fuentes, páramos y lagunas que deben cuidarse , la de su uso racional y metódico evitando el desperdicio y el derroche; el ahorro, en fin como determinante de la vida.
Estamos así, porque así hemos sido; mientras burlamos el derecho al agua de los pobres, derrochamos y contaminamos sus fuentes y sus cursos; vale más un campo de golf y su “sed”, que la sed de los menesterosos; gastamos cantidades ingentes en la explotación con fracking sin llevar a la pobrecía los ductos ; envenenamos con químicos los ríos y cañadas y la basura
–signo de la perversa capacidad consumista-, y de paso nos llevamos el futuro por delante.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.