Contra toda evidencia, los negacionistas insisten en ignorar la crisis climática que, por causas antropogénicas, principalmente, el planeta viene sufriendo hace algunos años.
Los hechos son tozudos y así lo demuestran los desastres del clima y sus consecuencias. El mundo sufre temperaturas extremas que agregadas al maltrato, traen consecuencias como la de los incendios forestales que amenazan y destruyen gran parte de las zonas forestales como ocurre en la geografía colombiana: incendios en los páramos del Cocuy, en Santurbán y Berlín en los Santanderes, en Antioquia y Caldas, en el Tolima y Meta, en la zona Caribe, en Bogotá y Cundinamarca.
La capital si vio asediada por el fuego en los cerros tutelares que apenas pudo controlarse con la participación activa pero improvisada de fuerzas humanas del Estado y de particulares, ayudados a última hora por las lluvias que dominaron los focos.
Por eso un diario tituló: “Soluciones para evitar que los cerros ardan siguen siendo ideas de papel” (El Espectador, 28 de enero de 2024, pág.8). Y ocurre que la crisis deviene de factores históricos: la equívoca reforestación, la siembra de eucaliptus y pinos con fines madereros, la invasión urbana y la imprevisión de todos los gobiernos. Por eso las emergencias declaradas en la última semana en Bogotá y otras regiones no son falta única del gobierno actual sino una consciente deuda histórica con la naturaleza y de un desarrollismo urbano fatal, con razones de desarrollo y enriquecimiento del sector privado y público, amén del peligroso turismo de quienes prenden fogatas, abandonan vidrios o colillas que prenden las alfombras ígneas de más de metro y medio de la hojarasca reseca.
Se avecina con sorpresa para muchos, un periodo de lluvias que empiezan a denotar la misma improvidencia de consecuencias también imprevisibles, que como los incendios sobre acumulación de masas inflamables que cunde en la vegetación pirófita. Puede ahora producir deslizamientos e inundaciones.
Las alarmas climáticas están prendidas hace ya rato (Acuerdos de París, 2014, etc.) pero el mundo y sus dirigentes no hacen lo que toca y ni siquiera se dan por enterados. Por eso, “Las pistas que dio el planeta en 2023 no fueron advertidas” (Razón pública, diario El Tiempo, 4 de febrero de 2024, página 2.7).
El año pasado fue el más caliente desde cuando se hacen mediciones y el desastre de Chile estaba anunciado. Los informe del país austral que empiezan a conocerse, dan cuenta de la amenaza de los incendios sobre zonas pobladas y urbanas con un número de muertos que sobrepasa las dos centenas.
Volviendo al país, se sabe que “en lo que va de enero se han quemado en el país casi 18.000 hectáreas de bosque y se han registrado 357 conflagraciones” (Diario El Tiempo, 28 de enero de 2024, pág. 1.2). Y en la misma edición pág. 1.5, la ministra del medio ambiente, Susana Muhammad advierte que “el Niño está trayendo riesgos que el país nunca había experimentado.
El frailejón, planta emblemática de los páramos colombianos constituye grandes depósitos de reserva de agua que nutre las corrientes de riego y los acueductos. Su proceso completo es de 25 a 40 años en tanto que su destrucción producida por los incendios significa una escasez de iguales tiempos, lo cual es de hecho, un desastre. (Ver: “Las horas de terror que hicieron de un páramo un cementerio de frailejones” en: El Tiempo, primer plano, por Melissa Múnera, 28 de enero de 2024, pág. 1.4).
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.