Lo que originalmente fuera una afición a viajar, se ha convertido con el tiempo y modernamente, en una enorme, compleja y diversa actividad promovida desde los sectores públicos y privados, a nivel local y mundial en una de las formas del mercado que ofrece los viajes de personas o grupos como bienes o servicios con diferentes fines. Se sirve de lo que sería un instinto o curiosidad por conocer lo extraño con las más variadas motivaciones: otras naciones o pueblos, sus costumbres y su historia, los procesos culturales, religiosos, industriales; el paisaje y su belleza, la naturaleza; las ciudades, los desarrollos técnicos o industriales, arquitectónicos, institucionales, etcétera.

De hecho, se trata de una actividad comercial desde la “civilización”, hacia los demás espacios para saciar curiosidades científicas, culturales, religiosas o, buscar lugares de esparcimiento y descanso. Supone actividades invasivas, sobre todo cuando se trata de regiones naturales: selvas, nevados, mares, páramos, bosques, ríos, montañas, desiertos, selvas, la flora y la fauna…

Aunque todo turismo debería ser esencialmente ecológico (respetuoso del medio ambiente), las prácticas por razones comerciales, de consumo etc., lo tornan ahora y casi siempre, en actividades invasivas y depredadoras que escapan a las autoridades mismas de los estados o gobiernos, que en ocasiones se portan como cómplices del crimen ecológico, del vandalismo, lo que ocurre con la extracción y secuestro de nuestra riqueza botánica, la explotación maderera, la invasión ganadera o lo que padecen las etnias ancestrales, lo que representa en tráfico de animales de fauna silvestre o sus partes, con la cacería y el robo de bienes arqueológicos y mineros.

El fomento del turismo sin controles expone a peligros devastadores al patrimonio de vida de la naturaleza de un país y de sus gentes, pero podría ser, como lo fue la Expedición Botánica de finales del siglo XVIII, factor de identidad, sentido de un sano nacionalismo y pertenencia, soberanía y verdadero patriotismo.

Ante tanto desvío, es urgente una concepción integral que preserve la vida en todas sus dimensiones y diversidades puestas en peligro por el fetiche del desarrollo, el enriquecimiento ilícito de los empresarios.

El turismo ecológico debe ser un acto de reconocimientos, un acto espiritual y ritual de admiración, preservación y respeto, de todo cuanto es la naturaleza, la biodiversidad y equilibrio vivo del cual hace parte el género humano.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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