Ha faltado durante todo el año y con insistencia, campañas masivas y constantes sobre las terribles consecuencias del uso de la pólvora y también de su control. Campañas de educación a todos los niveles sociales: en los colegios, escuelas y universidades; en los barrios y juntas de acción comunal; entre los campesinos y los citadinos y aún entre las autoridades mismas, como plan estratégico de prevención, y vigilancia de las fábricas tanto industriales como artesanales y clandestinas dedicadas al negocio polvorero: en la consecución y compra de insumos (combustibles, explosivos y tóxicos que deben estar reguladas y vigiladas por las autoridades.
En la distribución y venta en sitios de comercio y a particulares, en lugares públicos, etc., que también tiene sus normas tanto comerciales como sanitarias y preventivas. En el uso o manipulación irresponsable que al igual tiene teóricas vigilancias y sanciones pero…, nada de esto se hace ni se cumple.
Al lado de los cientos de perjudicados, quemados, mutilados y desfigurados que ya se cuentan por estos primeros días de diciembre, no siempre son los irresponsables usuarios de la pólvora, sus perjudicados, sino también terceros ajenos a la manipulación dolosa; las quemas de la flora y los bosques, el incendio o explosión en lugares del comercio o sus depósitos clandestinos o lugares públicos urbanos y rurales. El caos producido en el comportamiento de especies de fauna silvestre y su exposición a la extinción o ruptura de sus límites habitacionales; los animales domésticos y las mascotas, dolientes silenciosos de la catástrofe originada por los polvoreros y sus fanáticos usuarios.
Masiva pedagogía en campos y ciudades; integración de las autoridades y su ilustración sobre normas y procedimientos; vigilancia del mercado clandestino de insumos y productor finales. Conciencia sobre la preservación de la fauna y la flora frente al peligro que representan estos usos; sentido de solidaridad con la naturaleza y los animales, seres sintientes como nosotros; respeto a los bosques, las aguas de ríos y lagunas y el aire que a todos nos sirve; al futuro climático de por sí alterado por el hombre “civilizado” y a la vida.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.