El tráfico de especies, que incluye animales y plantas, es uno de los negocios ilícitos más dañinos y rentables del mundo.

Este delito contra la naturaleza mueve entre 10.000 y 20.000 millones de euros cada año, una cifra equiparable a la que mueve el tráfico de armas y de drogas.

Es un crimen de dimensiones internacionales que pone en grave riesgo la supervivencia de animales en peligro de extinción y está aniquilando la vida salvaje de muchos países.

El tráfico de especies y estupefacientes es una cadena criminal compleja, variable y comparable; empieza en los plantíos de coca, las negociaciones forzadas con los cultivadores, el plan de rutas y sus temibles capos, los transportes, los centros de compra y acopio en cada país o continente hasta llegar a manos de los consumidores: es el caso del narcotráfico. Con las especies de fauna y el destino de sus órganos o partes, ocurre lo mismo: unos cazadores clandestinos, rutas de envío y mercados internacionales para satisfacer el consumo mundial.

Quienes consumen pieles de animales como tigres, caimanes, nutrias, etc., para prendas o calzado, marfiles de elefante o rinoceronte, aletas de tiburón, perlas para joyería, anillos o collares, nácar para decoración u ornato, que son los consumidores finales de este entramado criminal, son traficantes de especies, iguales e igualmente responsables del crimen que originan; como en el caso de los narcóticos, con el referente final de una cadena de delitos y violencia contra el ser humano, los animales y la biodiversidad que garantiza la existencia del mundo.

El narcotráfico se alimenta del consumo, tanto como los traficantes de especies o sus partes del consumismo social, cuyos compradores y usuarios son cómplices necesarios del delito cometido por la impudicia del dinero y de excéntricos placeres de la vida mundana.

A pesar de los irreparables daños que causa este delito, las sanciones siguen siendo poco rigurosas. Los estados del mundo están en mora de diseñar políticas públicas prácticas y definitivas para darle fin a esta amenaza contra la vida.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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