Celebramos este mes el día de las aves migratorias que representan algo así como la bella inspección desde el aire sobre el orden natural del planeta. Por su presencia en los grandes espacios de los cielos del mundo, su incansable vuelo sobre océanos y continentes como bandadas geómetras del infinito, el ser humano debe entender sus obligaciones éticas con el mundo; cuando desaparecen esas especies del gigante vuelo, cuando se truncan sus rutas sabias, se está notificando al ser humano que algo anda mal y que caben a este ser “inteligente”, muchas de las responsabilidades que tienen que ver con el acortamiento de la vida. Las aves emigrantes son mensajeras del orden, de la sanidad del aire que respiramos, del agua pura que se nos depara, de la pródiga realidad de los sembrados y del papel definitivo de los bosques en las dinámicas de vida.

Cazadores criminalmente implacables matan al vuelo la alegría de sus plumas multicolores pero también las perspectivas vitales de los hombres; los pesticidas para aligerar la producción y el mercado de los productos agrícolas, gravan mortalmente la vida y la salud de las aves migrantes; la deforestación de las selvas, la desecación de las lagunas o las ciénagas, la pérdida de oxígeno por razones depredadoras de la industria o los abusos de las energías fósiles, son registradas fatalmente con la desaparición dramática de las aves; por ello, cuando emigran a grandes distancias, las aves son mensajeras y alertas generosas de la crisis climática que también atrofia o destruye sus rutas y su instinto, crisis climática que ante todo amenaza al género humano.

Las aves, los insectos, en especial las laboriosas abejas o las vistosas mariposas así como otros animales son multiplicadores que fertilizan con la polinización o el trasteo generoso de semillas y flores en el proceso biológico de todas las especies de la flora.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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