El mundo se convocó el pasado 27 de abril, para hacer conciencia sobre el significado del ruido como amenaza contemporánea a la vida.
Se sabe que los múltiples, diversos y casi mágicos sonidos de la naturaleza han sido fuente de inspiración para la música: el rumor del viento, el repique del agua cuando llueve, el curso de los ríos, la voz de las tormentas, el trino y vuelo de las aves, las danzas y llamados nupciales de la fauna, el ritmo de las olas han sido temas de sinfonías y conciertos, de corales e instrumentaciones musicales.
Se sabe también que movimientos bruscos de la naturaleza (temblores, huracanes, desastres volcánicos y geológicos, etcétera), son casi siempre ajenos al ejercicio destructivo de la raza humana. Pero igualmente se sabe que el ser humano, único ser pensante de la vida terrena, es y ha sido, directa o indirectamente el promotor de convertir los sonidos en ruido estentóreo enconchado en el rumbo de las civilizaciones. El primero de todos, el ruido infernal de las guerras y la violencia, con sus ráfagas letales, el traqueteo de sus explosivos y ráfagas, de los aviones bombarderos, de los gritos de muerte de sus actores suicidas, el aparataje de las milicias, sus monsergas de batalla y el ruido sospechoso de los sables, es el estentóreo y letal lenguaje de la muerte.
Pero también la algarabía en que algunos en multitud convierten la alegría y el alborozo en los templos, los conciertos ruidosos, los estadios, los medios de comunicación, los altavoces del festín o del funeral. En el fondo urbano, el ruido vehicular de carromatos trasportando gentes sobre las bielas movidas por fuentes fósiles de energía; las fábricas impregnadas por la producción que fabrica dinero, desempleo y desigualdad.
El ruido amenaza la vida y la salud de todos los seres vivos del planeta, incluido el animal humano y con él, la vida de la fauna y la flora; perturba fatalmente los sentidos o los destruye.
Tornemos a escuchar los bellos rumores de la naturaleza.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.