Las sequías en esta temporada de principios de año, sirven para maquillar la tragedia de los daños forestales de tipo antropogénico en las selvas y los llanos orientales, en efecto, directa o indirectamente, ha sido la presencia y la mano del hombre, los causantes no solo de los incendios sino del deterioro constante y progresivo de la Orinoquia y la selva Amazónica. Porque se trata de una presencia activa depredadora de particulares y el Estado, con la complacencia u omisión de éste frente a la presencia humana en esa zona inmensa y fundamental para la vida de seres humanos, la fauna y la flora, de cuyos desempeños naturales depende el comportamiento ambiental: los mecanismos hidráulicos en acuíferos y curso de grandes y pequeñas corrientes de agua, la función polinizadora de animales de todas las especies y tamaños, la labor de los vientos, el mecanismo purificador de los árboles y las selvas en la composición del aire que respiramos, etc.

Los incendios en la llanura y las selvas orientales del país modifican el aire en un entorno de cientos de kilómetros, razón por la cual nuestras ciudades sienten y sufren el impacto por la mala oxigenación y la presencia de partículas en suspensión que el viento trae a Cali, Bogotá, Medellín y otras urbes colombianas. Y, si justificadas las alarmas citadinas y las medidas administrativas en Bogotá, en vía de proteger la vida y la salud de los bogotanos, es urgente recordar las causas y tomar medidas estatales para controlarlas, allá en la llanura y las selvas que los humanos incendian para lucrarse del desastre: madereros que además contrabandean el producto en mercados nacionales, tanto como los mineros, legales e ilegales que saquean los antros terráqueos, quienes rompen y vulneran las fronteras agrícolas y de las reservas y parques naturales para implantar sobre el desastre pirómano las industrias cocaleras o ganaderas que el Estado y sus funcionarios corruptos no ven.
Incendios, incendios, incendios en el altiplano cundi-boyacense, en el Tolima, en el Amazonas y Caquetá, en el Meta y Casanare cuyas cenizas volátiles ingresan a la capital como una amenaza a la salud y la vida de los ciudadanos, luego de herir de muerte y matar cientos de miles de vidas animales de la fauna silvestre y cientos y miles de árboles primitivos de lenta o nula recuperación y, de dañar los hábitats de pobladores étnicos, sus organizaciones, vida y salud, tremas que por desgracia pareciera no importarle al gobierno.

El mundo clama por el respeto a esa inmensa despensa de vida que es la Amazonia atrapada entre la locura del gobierno brasilero, el cambio climático, los intrusos de toda ralea y la cómplice indiferencia colombiana.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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