El mundo celebró en la semana que termina el día universal de la educación ambiental, tema múltiple y amplio que permite algunas consideraciones puntuales:

-La ciudad y el ambiente

El crecimiento de las urbes en tiempo modernos crea problemas gravísimos de bienestar ambiental. De alguna manera, sus desarrollos y gigantismo supone una invasión a los espacios naturales con detrimento de su orden ecológico y la destrucción de su biodiversidad. A la vez, tales problemas imponen  un orden, reglamentos y regulaciones formidables que implican tanto al ciudadano como al Estado: infraestructuras de acueducto y alcantarillado,  regulación del transporte; construcción de vías, control del aire y del ruido y tratamiento de basuras o desechos. El estado debe elaborar las normas y las maneras de hacerlas cumplir en tanto la sociedad debe conocerlas y cumplirlas y todo esto hace parte de la educación ambiental que con el tiempo debe formar tradiciones culturales para la salud, el bienestar y las vida de los humanos y los otros seres vivos que habitan la ciudad. Minuciosa tarea fuera tratar siquiera de sintetizar algunos de tales deberes educativos y conductuales que no pocas veces tropiezan con vacíos o confusiones normativas, indolencia u omisión de las autoridades con la consecuente corrupción de los funcionarios. Por ejemplo, en el tema de las basuras de hogar y la manera de clasificarlas y entregarlas, no se saben bien los términos de la clasificación (biodegradables, reciclables, orgánicos, desechos electrónicos o quirúrgicos, etc.) y, el color de las bolsas en las que se deben entregar estos sobrantes. Tampoco los empleados de tal servicio aciertan ni en la clasificación y manejos responsables y seguros, ni en sus particulares responsabilidades.

Mucho de todo esto está por saberse y es aquí donde el espíritu pedagógico que alienta el día de la educación ambiental, cumple su función en el mundo, para vivir mejor.

Los antiguos de América: Incas, Aztecas, Chibchas, crearon órdenes que se cumplían; normas para la agricultura, ajustadas al conocimiento de los cambios climáticos; ordenación práctica de las viviendas, aldeas y mercados; preservación de corrientes de agua y humedales; formas técnicas de riego de sementeras y cultivos; regulación severa de las acciones de caza en racional respeto a los ciclos biológicos y cadenas alimenticias que propiciaran la supervivencia de las especies de fauna y flora, etcétera, normas integradas al principio de la convivencia, es decir, de la civilización.

Esta post-modernidad del abuso y del mercado, tiene aún mucho que aprender de nuestros antepasados.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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