Cuando el mundo convocó para reflexionar sobre la tierra, dijimos que ésta es, desde el planeta formidable que nos aloja en medio del conjunto astral que es el universo infinito, sus componentes de aire, suelo y agua, pero también el complejo de seres, realidades geológicas y vida de la cual hacemos parte. Pero la tierra es y también esta superficie milagrosamente fértil que nos alimenta.

El suelo pues, hace parte de dichas complejidades; el suelo que pisamos para saber que es el país, la patria, el Estado; el “Jus soli” de que hablaban los romanos para fundamentar el derecho de los ciudadanos; es el solar donde nacimos, el espacio donde caminamos, viajamos, nos movemos.

Más allá de todo esto, las sabidurías de nuestros ancestros dijeron con certeza que allí, en esa tierra extensa, hay una maternidad a la cual nos debemos: la Mama Oclo, la Pacha Mama, la Madre Tierra. El suelo es apenas su grata superficie cuyos milagros dadivosos dan de comer y de beber al ser humano y los demás animales que la pueblan. Bajo esa superficie ocre, verde, negra o rojiza que es la epidermis fantástica, la vida existe en un fragor incansable y misterioso, rico pero vulnerable que duele cuando el hombre lo maltrata, escarbando y extrayendo, explotando y arrasando sus entrañas para saciar codicia, poderes ambiciones bajo la etiqueta de la modernidad o el progreso. Su queja: la del suelo, la de las entrañas, la de la tierra oculta, debe dolernos a todos; se maltrata a la Mama Oclo, a la Pacha Mama; se avería a la nave de la vida donde toda la humanidad navega al decir del papa Francisco, fuera de la cual no hay salvación.

El suelo, es la piel de la tierra.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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