Los Stoyanov arriesgan su vida todos los días para salvar la de cientos de animales perdidos, abandonados o heridos. Una historia de amor y bondad en medio de bombardeos, enfrentamientos e inundaciones causadas por la guerra entre Rusia y Ucrania.
Valentina y Leonid Stoyanov se despertaron a la madrugada por el sonido de llamadas y mensajes pidiéndoles con urgencia que fueran al rescate de animales en las inundaciones causadas por los ataques a la presa de Kajovka, al sur de Ucrania. Muchos en el lugar de esta pareja de veterinarios ucranianos se habrían negado. Y no solo por los peligros de salir de casa en un país en guerra. Leonid, 35 años, había sufrido un infarto tres semanas atrás y aún se recuperaba de su tercera operación de corazón en menos de un año.
Embarcarse en el rescate de los animales en Kajovka podría generarle un estrés que debía evitar e implicaba el esfuerzo de montar el bote de goma en el techo de su camioneta azul, manejar 200 kilómetros con eventuales fuegos cruzados entre rusos y ucranianos por la carretera, y exponerse al agua fría, a la angustia de ver animales ahogándose y otros quizá ya flotando sin vida. Tal vez era demasiado para alguien con marcapasos, que hacía unos días había estado clínicamente muerto por dos minutos.
A pesar de todo, Valentina y Leonid decidieron arriesgarse. Subieron el bote verde de goma con los remos a la camioneta, empacaron medicinas y emprendieron camino arrastrando una furgoneta con suficiente espacio para los animales que lograran rescatar, salvaron a 19 perros, siete gatos y dos búhos. Algunos estaban en los tejados, otros trepados en árboles y aferrados a escombros. Leonid estaba convencido de que, si había sobrevivido por tercera vez a una operación de corazón, no era para quedarse tendido en la cama, sino para seguir salvando vidas.
Desde la invasión rusa, Valentina y Leonid han sido más que la nueva familia de muchos de estos animales de compañía, un hogar de paso y los héroes que reanimaron a quienes llegaron con heridas de guerra. Constantemente manejan cientos de kilómetros buscando gatos y perros que deambulan perdidos en las calles, que se esconden en casas abandonadas o en refugios animales. A todos les llevan alimento y medicinas. Varias veces han estado cerca de morir en esos trayectos. Un día, cuando se bajaron a alimentar dos perros en la carretera, un proyectil impactó su camioneta. Un hueco en la puerta es la cicatriz de aquel día.
Ningún episodio de la cruda guerra los ha disuadido de mantenerse firmes en su propósito. Salvar un animal les da la sensación de que no están viviendo en vano.
Hoy, a pesar de que los bombardeos en la ciudad continúan y de la incertidumbre de que cualquier momento puede ser el último, los Stoyanov permanecen como rescatistas y construyen un espacio con mucha más capacidad para los animales.
Desde que sientan que no están viviendo en vano, seguirán en pie de lucha.