Una reiteración inagotable que se estrella contra el muro sordo de las autoridades de todos los órdenes administrativos y con la fuerza de una fascinación entre estética y morbosa de “deslumbrarse” con las luces y aturdirse con el estruendo de la pólvora. En Colombia como en casi todos los países de todos los niveles de desarrollo cultural e industrial, la pólvora, convertida en tradición y diversión popular, vuela por sobre disposiciones gubernamentales y desastres con muertos y heridos, como impulsada por la magia de sus remotos inventores. Varios son los actores principales del evento: Sus promotores que ahora son empresarios poderosos de los fuegos – o juegos- artificiales que promueven indiscriminadamente su uso sin importar la responsabilidad y la pericia de los usuarios-compradores que lo son desde altos y bajos niveles gubernamentales, poderosas empresas de otras muchas actividades comerciales, iglesias y congregaciones religiosas, líderes y partidos políticos y núcleos familiares.
Pero miles son las víctimas: espectadores de su uso multicolor en multitud festiva; usuarios sin pericia o eufóricos por la fiesta o el alcohol, administradores de depósitos de pólvora, expendedores o terroristas.
Muchos también los afectados indirectos: incendios provocados por la “fiesta pirotécnica” en la urbe y la ruralidad; casas de hogar, negocios, edificios públicos.
…Y la naturaleza en todas sus significaciones: el agua de los ríos y lagunas afectadas por los residuos tóxicos de las alegres explosiones o su extinción. El aire que contaminado con el humo, produce emergencias de salud pública, daño animal, vegetal y urbano.
Y qué dirán doliéndose, los bosques incendiados, las praderas convertidas en ceniza y desiertos, la agricultura… y la fauna silvestre y la fauna doméstica y los animales de compañía en el campo y la ciudad…
Bogotá había logrado niveles de responsabilidad y control en el uso de la pólvora, hoy desaparecido entre la histeria de los deportistas, los himnos de las iglesias, el ruido de los altoparlantes comerciales, la ostentación de los políticos y la informalidad del rebusque de viejos y nuevos polvoreros.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta.