De muchas maneras y desde hace décadas, el ser humano se dedica a implementar jugosos negocios con el tráfico de especies de fauna y flora con los más diversos pretextos e intereses: durante la colonia y en la primera república, fauna exótica como loros, papagayos, serpientes, felinos, caimanes o monos, fueron perseguidos y destrozados para satisfacer los más raros caprichos; desde el envío para la tenencia en Europa de simios, o pájaros “raros”, hasta la elaboración de prendas y artefactos con los colmillos, pieles y huesos de los animales de esa manera secuestrados y maltratados. Tampoco han faltado los mitos y creencias sobre productos derivados de animales para ungüentos, bebedizos, aceites o fetiches. Con móviles de estudio fueron muchas las plantas que con razones científicas, se exportaron para ampliar el saber de las recetarios que consistieron en la práctica en una expropiación: Desde la expedición botánica, o las exportaciones de quina y sarrapia hasta la apropiación de derechos sobre semillas de alimentos como la papa o el maíz, razón por la cual nuestros alimentos de la tierra, se importan ahora bajo la vigilancia de los tratados de libre comercio y las patentes.

Y qué decir de las especies animales de la fauna mundial con las que se trafica impunemente sin que los Estados sepan y entiendan la amenaza que significa para la biodiversidad y la existencia. Por ello, es menester una vigilancia universal sobre toda suerte de tráfico de especies, industrias que se nutren de materias primas animales o vegetales, expropiación de semillas etc. etc. Una guardia ecológica mundial se requiere en la que participen todos los países, pobres y ricos desarrollados y no desarrollados, saqueadores y saqueados y constituir sanciones a quienes – Estados o empresas transnacionales-, trasgredan las normas.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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