Ernesto Pérez no es como los demás frailejones. Tiene cola, muchos ojos y una cuenta de Instagram con más de 19.000 seguidores. Su pegajosa canción —que ya tiene versión en mariachi, metal y hasta guaracha— lo llevó a una gira de medios de comunicación nacionales e incluso hasta al Estéreo Picnic, uno de los festivales musicales más reconocidos de Colombia y que se celebra este fin de semana.

¿Qué son y por qué importan los frailejones?

Los frailejones pertenecen a la familia botánica Asteraceae, la misma de los girasoles, las margaritas y la lechuga. De acuerdo con Jorge Jácome, director de la carrera de Biología de la Facultad de Ciencias de la Pontificia Universidad Javeriana, aunque algunas especies de frailejones de zonas muy altas pueden crecer apenas unos centímetros por año, hay otras que renuevan todas las hojas de la corona en doce meses y su crecimiento es más acelerado.

Algunos biólogos los llaman “fábricas de agua” debido a que su función principal es capturar la humedad del entorno y almacenar este líquido para luego liberarlo en el suelo, lo que lleva a la formación de los ríos y las quebradas que nacen en el páramo.

Pero otros dicen que son el “pulmón” de este ecosistema. Según el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, en un páramo típico de Colombia —en buen estado de conservación— puede haber entre 2.000 y 20.000 frailejones adultos por hectárea. Además, en su informe publicado en noviembre de 2021 el instituto indica que “un frailejón de 5 o 6 metros de altura puede acumular entre 8 y 10 kilogramos de biomasa aérea —un indicador de la productividad de las plantaciones forestales—, representando entre el 20 y el 75 % de la biomasa total del páramo por metro cuadrado”.

La misma publicación explica también que sus raíces profundas protegen los suelos de la erosión y que sus tallos y hojas acumulan agua al interior, de manera que actúan como esponjas almacenando el líquido en épocas de sequía.

Colombia tiene cerca del 60 % de los páramos del mundo que albergan 90 de las 145 especies de frailejones existentes (habitan en Venezuela, Ecuador y Colombia,. De estas, según el Instituto Humboldt, 55 se encuentran en alguna categoría de amenaza: 15 en peligro crítico, 25 en peligro y 15 vulnerables.

Los páramos de Norte de Santander, Santander y Boyacá concentran la mayor riqueza de especies del país. En este último departamento la situación para los familiares de Ernesto Pérez no es nada sencilla.

El pasado 22 de marzo (paradójicamente en el Día Mundial del Agua), los alrededores de la laguna de Tota, en el departamento de Boyacá, ardieron en llamas. Este incendio forestal —que duró dos días— arrasó más de 70 hectáreas de páramo, afectando numerosos frailejones. Un mes atrás, el páramo de Ocetá, en Boyacá, también había sido víctima del fuego. Por la cercanía entre ambos lugares, las autoridades investigan si se podría tratar de una acción intencionada para la expansión de actividades agrícolas o ganaderas.

¿Cuáles son las principales amenazas del frailejón en Colombia?

No es solo un mal el que aqueja a los frailejones y es, en parte, a su patrón de diversificación. “Podríamos decir que cada páramo tiene su propia especie. Eso es un reto porque al momento de conservar no puedes pensar en una única estrategia sino que hay que tener en cuenta que dentro del grupo hay un comportamiento diferencial”, explica Jorge Jácome.

Sin embargo, se puede hablar de afectaciones generales. Por ejemplo, Amanda Varela Ramírez, doctora en Ecología y profesora asociada al Departamento de Biología de la Universidad Javeriana, menciona que sus problemas son más complejos que una enfermedad.

“Están siendo atacados por insectos, tanto del orden Coleóptera, que son básicamente cucarrones, como del orden Lepidóptera (polillas y mariposas). Como es un síndrome que involucra a varios organismos, decidimos denominarlo síndrome de afectación”, explica a raíz de una investigación enfocada en las principales amenazas de los frailejones.

El interés por estudiar este tema surgió gracias a las observaciones de la ecóloga María Mercedes Medina en una zona del Parque Nacional Natural Chingaza, donde encontró que los frailejones tenían las hojas entorchadas, amarillentas y con pudrición en la base. Se lo comentó a Varela y empezaron a trabajarlo desde el Laboratorio de Ecología de Suelos y Hongos Tropicales —el cual dirige— del departamento de Biología de la Pontificia Universidad Javeriana.

Para explicar estos ataques, el equipo investigador —conformado por la Pontificia Universidad Javeriana, la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Parques Nacionales Naturales y la Sociedad Colombiana de Entomología— se enfocó en dos hipótesis. La primera responsabilizaba las actividades humanas en zonas cercanas al páramo. “Asumíamos que entre más cerca estuvieran los centros poblados de los ecosistemas, los frailejones se verían más afectados”. Sin embargo, no encontraron esa relación en la investigación.

La segunda atribuiría la situación al cambio climático. “Aún no hemos podido probar esta hipótesis, pero seguramente es la más acertada”, indica Varela. En ese orden de ideas, el incremento de los organismos que perjudican a los frailejones se debería a los aumentos de las temperaturas que alteran el orden natural, hacen que la planta sea más susceptible al ataque debido a que recibe menos nutrientes del suelo y esté expuesta a variaciones climáticas más extremas.

Estas temperaturas inusuales son una de las causas de los incendios forestales en épocas del año donde no llueve. Según Carlos Rivera, director del Departamento de Biología de la Pontificia Universidad Javeriana, a pesar de que los frailejones tienen un cierto nivel de adaptación al fuego, “cuando el proceso es muy frecuente pierden esta capacidad y son más susceptibles de morir”.

También hay otras amenazas, como la que viven los frailejones del páramo Pan de Azúcar (cerca de Duitama), también en el departamento de Boyacá, a causa de un numeroso grupo de pinos, especie considerada como invasora, pues “cambian las condiciones del suelo, afectan la disponibilidad de nutrientes, modifican las interacciones con la fauna y ocupan espacios que pertenecían a los frailejones”, comenta la investigadora Varela.

Además, la ecóloga explica que tanto los pinos como el retamo espinoso (otra especie invasora), crecen más rápido, es muy posible que reduzcan la luz que llegan a las plantas nativas y que se disminuya la cantidad de agua y nutrientes que estas pueden captar. Por si fuera poco, las hojas de los pinos (espículas) que llegan a los suelos se acumulan y pueden provocar incendios en tiempos de sequía. Todo esto le ofrece un panorama desolador a los frailejones y los páramos.

Ernesto Pérez vs la minería y la ganadería

La mano del hombre tiene una implicación directa en los peligros para la conservación de los ecosistemas de páramo y según la investigadora Amanda Varela la lista de males es larga: minería, ganadería, turismo irresponsable y agricultura.

“La minería en estos lugares elimina gran parte de la cobertura vital de los suelos y hace que los frailejones desaparezcan”, y agrega que “el impacto de la ganadería también es importante, ya que a pesar de que el ganado come pasto, hay prácticas que involucran la quema del páramo para que haya un mayor rebrote de las plantas que consumen estos animales. Además, muchas veces se rascan contra los frailejones y eliminan las hojas que tienen en el tallo para protegerse”.

Mientras la agricultura disminuye la retención de humedad en los suelos del páramo, el turismo no controlado pone en peligro a las especies que habitan en este ecosistema porque, por ejemplo, la gente suele dejar basura y arrancar las hojas de los frailejones. “Si bien es cierto que todo el mundo debería ir a los páramos para conocerlos y entender su importancia, también creo que hay que generar conciencia antes para así evitar que haya un daño mayor”, puntualiza.

¿Qué sería de un páramo sin Ernesto Pérez?

¿Puede un páramo sobrevivir sin el aporte de los frailejones a la biomasa, sus funciones de retención de suelo y su rol en la dinámica de regulación hídrica? Marcela Galvis, coordinadora del proyecto Páramos: Biodiversidad y Recursos Hídricos en los Andes del Norte, lo pone en duda. “Su pérdida podría generar un desequilibrio irreversible para los páramos con consecuencias nefastas en los servicios ecosistémicos que estos prestan”, explica en la publicación del Instituto Humboldt.

Sobre esto, Jorge Jácome agrega que son el hábitat de muchas especies como “el oso de anteojos, que se alimenta de esta planta, pero también hay una fauna muy particular de insectos asociados”, indica. De hecho, el informe mencionado comenta que se han reportado más de 150 especies que se alimentan o habitan en los frailejones, incluyendo arañas, ranas, el loro de páramo, ratones y otras especies.

Y aunque Amanda Varela comenta que algunos páramos existen sin frailejones (como en Perú y Costa Rica), su extinción implicaría romper con una red que se ha establecido con diferentes especies. “No sabemos qué efectos podría llegar a tener en un futuro para que este ecosistema siga siendo funcional, pero muchas de las funciones que actualmente cumple seguramente podrían perderse o reducirse. Podríamos tener menos agua porque nosotros dependemos en gran medida del líquido que se almacena allí y que llega a los ríos”.

La divulgación, un camino importante por recorrer

Carlos Rivera, experto en lagos y lagunas, asegura que el trabajo de Mi Señal Colombia “fue una producción muy buena para el contexto del país y la necesidad de llamar la atención sobre la situación de los páramos”. Cree, además, que es fundamental dar a conocer las investigaciones realizadas en la academia para que más personas sepan sobre estas problemáticas y comprendan qué es y qué causa el cambio climático.

Claro está que, según el docente, esto solo se consigue de manera colectiva al poner las temáticas del calentamiento global y la protección de los páramos en la agenda política. Por eso cree que es necesario saber cuáles son los políticos que ofrecen una proyección de país orientada a reducir esos impactos, pues en unos años la situación se puede complicar. “Ya no solo podemos fijarnos en la construcción de carreteras y en los impuestos, sino en el estado del ambiente”, puntualiza.

Rivera recalca que la solución no es impedir que las personas visiten los páramos, “por más que dejemos quietecitos esos ecosistemas, no tenemos forma de crear una máquina que reduzca las temperaturas ni una burbuja para resguardarlos”, dice. Lo que sí se puede hacer es empezar con acciones que disminuyan los efectos negativos.

En pocas palabras, aplicar las enseñanzas de Ernesto Pérez para cuidar el agua como él lo hace: apagar la luz antes de dormir, no gastar recursos innecesarios, cerrar la llave al cepillarse los dientes, reciclar las basuras, sembrar plantas en el hogar y luchar contra el cambio climático.

Fuente: https://acortar.link/7xiqKj

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