Con criterios eminentemente comercialistas, el Estado y los empresarios particulares hacen alianzas para convertir los bienes naturales en mercancía de servicios sin ningún miramiento por el medio ambiente y la naturaleza. El fenómeno, estrictamente educativo, incluye a la clientela cuando ésta no advierte los daños que el mal uso del paisaje hacen al medio ambiente. Lentamente se avanza en sentido positivo sobre el particular, pero…, falta mucho por hacer y aprender.

Tres aspectos y experiencias de estos días afirman lo dicho: dos relacionados con incendios y uno con las basuras

-En el Meta

Avivadas por el viento y la época de relativa sequía, las llamas devoraron parte importante de un parque-reserva natural del departamento del Meta. Factor determinante del daño causado pudo ser la presencia y conductas reprochables de los turistas que con sus comportamientos e imprudencias podría haber causado el desastre: botellas abandonadas, uso de pólvora, mal manejo de fogatas y otros descuidos que imponen mayor vigilancia y una conciencia sobre lo que debe ser el turismo ecológico en este tipo de lugares.

-Lago de Tota

Las mismas causas pudieron presentarse en el incendio de pastizales y bosque que asoló varias hectáreas del lago más grande de Colombia, en el departamento de Boyacá. A la causa citada, provocada por la imprudencia de turistas pero acaso también a equívocas prácticas agrícolas que por esta época limpian los potreros con quemas sin control o incineración de desechos.

-Capurganá

Peligro y vergüenza es la forma como quedaron calles, lugares y rincones de este lugar explorado por el turismo pero también promesa del turismo sano. Montañas de basura inundan todos los espacios, siendo sus pobladores nativos los primeros perjudicados y amenazados en su salud. Una actitud olímpica de los visitantes de fin de año dejó el desastre que no preocupa a las autoridades del sector, ni a quienes desde fuera explotan el turismo local. Ni la población ni sus administradores cuentan con recursos para recobrar la salubridad y evitar peores consecuencias.

Lo anotado atrás son apenas tres ejemplos fehacientes de cómo concibe el Estado desarrollista al turismo: como un negocio para empresarios donde la gente, los lugares, la naturaleza y el paisaje terminan convertidos en viles mercancías. Una actitud que pone en peligro la salud colectiva, la preservación de los bienes naturales, públicos, la riqueza biodiversa y la ecología, pues tal actitud no respeta ni el agua, el aire, la tierra y la vida de plantas, animales y personas. Otros desastres agregados son producidos por la pandemia y sus peligros sobre los cuales el Estado impone el ritmo desaforado de los negocios de los particulares.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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