En la relación entre la naturaleza y el hombre no existe nada tan antiguo, significativo y usual como el vínculo entre el ser humano y el perro. Esta la razón para entender por qué la humanidad avanza en el conocimiento de la vida animal y su propia existencia, individual y social. Pero también explica por qué, dentro de tal orden de relaciones, es el perro el más vulnerable a los abusos de toda índole propiciado y cometido por el hombre sobre tal especie.

Los abusos con el perro comienzan por la violación biológica que se ejerce sobre toda la especie y sus razas; para producir cruces a fin de complacer caprichos estéticos o exaltar características de tamaño, ferocidad o acomodamiento del perro a las necesidades humanas. Tampoco faltaron épocas o regiones en las que el perro sirvió de alimento humano; la domesticación no fue ajena ni lo es aún en ciertas partes, a la crueldad representada en el castigo, el encierro o la amenaza.

En el otro extremo por ignorancia o sentido exaltado de la posesión, están quienes humanizan a sus mascotas, sometiéndolas a peinados, maquillajes y vestidos que significan tortura o daño evidentes tanto como dietas absurdas en sus comidas y bebidas. La falta de responsabilidad a veces pone a los supuestos seres queridos –el perro-, a sed y hambreo o frío.

Y qué decir de trabajos extraños y aprendidos por los perros que implican maltrato y dolor: guardianes, vigilantes, acciones de guerra u orden público, rastreo de minas o droga para no citar las riñas de perros para divertir humanos.
El perro es y debe ser un ser respetable que hace parte de los hogares, como fiel compañero y objeto por supuesto, del afecto y el cuidado.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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