El pasado 28 de marzo se celebró “La Hora del Planeta”, alusión que invoca al mundo como minúscula porción del complejo aparato móvil del universo. Es una mirada imaginaria de la tierra desde cualquiera de los infinitos ángulos espaciales; si pudiera ser realidad esta visión por parte de un humano, el espectáculo sería de destrucción de nuestra casa común y entenderíamos el daño que el humano causa a su morada planetaria.
Se sabe, se ha dicho hasta la saciedad que el proceso de depredación múltiple que el espíritu explotador del hombre sobre su propio espacio de vida, ha puesto en riesgo la supervivencia de todo cuanto constituye nuestro mundo: ni el aire, ni el agua, ni el suelo, ni el subsuelo se han liberado de su ambiciosa injerencia que nos tiene al borde del abismo universal.
Esas realidades explican el sueño estrambótico de seres que en su insignificancia creen que todo lo pueden y que el dinero, fetiche de los insaciables, sirve para comprar el espacio de otros planetas para huir allá de sus propias destrucciones; las del dinero, las del consumo, las de las mortales basuras. Por eso excéntricos millonarios como Elon Musk, propietario de Spacex y Tesla, pretenden abusivamente “colonizar” un rincón de Marte para huir de sus propias fechorías y desmanes. Su locura obedece en parte a un complejo de culpa, pero también a un exhibicionismo patológico y a la locura del dinero; marcha de huida que se vuelve noticia…
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