La eficiencia- dice el diccionario-, es la facultad para lograr un efecto y la acción con que se logra. El ser humano y sus organizaciones sociales, han creado y cuentan con la facultad para lograr efectos relativamente positivos en lo que tiene que ver con la invención, trasformación y aplicación de métodos y formas para producir (transformar) la energía necesaria para el desarrollo de sus industrias y su bienestar.

Desde el primer momento de la historia pudo descubrir que la energía se transforma y que lográndolo para fines prácticos, ha mejorado las formas de vida: desde la utilización del fuego, la aplicación de la rueda o la palanca, hasta las represas de agua o la combustión a partir de fuentes fósiles (carbón, leña, hidrocarburos).

Pero las muchas experiencias le han señalado la bondad o los daños del uso o abuso de muchas formas aplicadas de energía que no solamente son ineficientes sino dañosas y/o peligrosas. Desde mediados del siglo anterior se sabe del agotamiento de las energías fósiles y/o del daño que su extracción produce en el orden geológico, en las aguas superficiales y del subsuelo con los evidentes daños a la agricultura, la sismología, la salud pública, tanto como a los sistemas ecológicos o la biodiversidad, con todas sus consecuencias hoy evidentes.

El mundo del futuro apunta a formas amables y limpias para producir energías cuya realidad empieza a ser un hecho y una preocupación de empresas generadoras o trasformadoras de energía y de los Estados que ya están en la tarea de reemplazar fuentes energéticas dañosas o peligrosas por otras más amables, eficientes no solamente para producir energía sino para hacerlo con eficiencia humana y ambiental.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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