El sentido colectivo, social y humanitario que sustenta las múltiples relaciones de los pueblos indígenas que milenariamente viven en extensos territorios de nuestra geografía, definen su filosofía y el espíritu de su convivencia; y es a partir de la indisoluble unión del ser con su suelo, que entendemos que la tierra es, para todos ellos, la fuente de vida, la madre.

Esta razón de ser de los pueblos amerindios, la recordamos en cada celebración: el día de la tierra, el día de los ríos, el día de los páramos, etcétera. Y al contar con la colectiva presencia de varias familias prehispánicas en Bogotá, a propósito de sus justos reclamos por la vida, debemos agradecer sus reflexiones, sus sabias enseñanzas y las explicaciones de vida: sin las fuentes de agua no hay vida humana; así lo enseña la madre tierra; sin respeto a ésta en sus dimensiones cósmicas o en el tierno fruto que cuaja y se aprieta en el surco del terruño; ellos saben con afecto el valor de la vida, la de los otros seres vivos, la que deriva de los suelos y los árboles, la que prodiga bondades con su arcilla, y jugos con sus frutos y aromas y colores.

La constitución de 1991, nos permitió correr el velo oscuro que escondía la vida real de nuestros ancestros y sus enseñanzas; por eso, saludamos la Minga que los reúne en Bogotá con temas de vida y derechos; de equilibrio y naturaleza frente a un Estado que los invisibiliza por siglos, que los persigue y los maltrata. Es un saludo ecológico de hermanos en la naturaleza que todos procuramos defender ante el depredador industrial y sus poderes.

Fuente: Fundación Amigos del Planeta.

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