El ARBOL, al que se le consagró un día internacional que debe contener algunas meditaciones en relación con su existencia, sus funciones y su rol en el universo de los equilibrios que conforman la vida en su totalidad.
Imposible pensar en la existencia sin su presencia activa, determinante de todo cuanto supone la naturaleza y en ella, la vida misma de la humanidad como parte de las realidades ecológicas del universo.
Los mitos y leyendas que reconstruyen el enigmático pasado fundacional del mundo que habitamos, empiezan por el paisaje que es el fondo de los escenarios de la vida; paisaje constituido formalmente, por la diversidad de la flora que implica toda suerte de plantas, pequeñas y gigantes que han dado al hombre multitud de servicios, beneficios y enseñanzas. Según las leyendas bíblicas, Dios creó al hombre ya cuando los árboles, los bosques y las plantas florecían y sus frutos eran varios hasta el punto de existir el fruto prohibido.
Las tremendas y lentas transformaciones geológicas y climáticas de los remotos tiempos, fueron trasformando los espacios, las tierras y sus habitantes: desde los minúsculos vegetales hasta los gigantescos bosques y selvas a través de devastaciones de minutos o lentos y milenarios cambios; las especies animales y sus procesos de multiplicación diversa pusieron de lo suyo para tales trasformaciones, siendo el animal humano, el-Hommo Sapiens, el campeón de las invasiones y cambios del entorno, en la permanente lucha por la subsistencia.
Y el árbol fue dando de sí cuanto el ingenio requería: los frutos, las maderas, los sombríos o, con su destrucción, los espacios requeridos para un presunto bienestar de la raza humana. Y en esta esforzada acción de los pueblos, la invasión y la destrucción fueron imponiéndose como premisa del progreso, pero también de las guerras de los pueblos, lenta gestión pero ambiciosa que dio lugar a peligrosas invasiones, extinciones y desastres a nombre del bienestar que nos coloca ahora ante la crisis de los sistemas ecológicos, del equilibrio natural que atenta contra la vida misma.
Y en esas estamos porque las necesidades se convirtieron en codicia desenfrenada que nos condujeron al límite de la extinción final que es el signo de los tiempos de ahora cuya realidad atroz implica también la guerra entre naciones, las luchas de clase desde el poder, la pérdida de una ética de vida, confusión de la cual no escapan las selvas, ni los bosques asfixiados por las urbes que secuestran y extinguen toda suerte de floraciones, de arboledas: contradicción entre la vida y la muerte administrada por el hombre mismo y sus falsas premisas de bienestar.
El hombre altera el curso de los ríos, crea la sed del mundo de la cual no escapa el árbol indefenso y cambia el ritmo climático del que también dependemos todos.
Fuente: Fundación Amigos del Planeta